lunes, 10 de septiembre de 2012

Un lunar en el pie

Desde que asomó, el lunar de mi pie me hipnotiza. Trato de hacérselo entender a Lola, que no es una monomanía, sólo una fascinación como otra cualquiera. Pero ella no me comprende, no quiere ni oír hablar de ello. Entra en la habitación del centro, me ve echada con mis libretas entre las sábanas, con mis inciensos y mis ensoñaciones y resopla con resignación mientras me toma la temperatura. 
Yo le digo que una adulta tiene un promedio de entre 15 y 20 lunares distribuidos por su cuerpo y yo sólo uno, así que es natural que le preste toda mi atención, pero sé ver que Lola no se lo traga, sólo cumple con el ritual de enfermera paciente tratando de disimular que le duele verme así. Porque ambas sabemos que mi lunar no es uno cualquiera. El mío, a diferencia del resto de lunares, transita por mi pie y cada día amanece en un sitio diferente, con un tamaño variable y una forma desafiante. El mío, a diferencia del resto, es un lunar mortal y por eso da saltos y piruetas.