lunes, 8 de julio de 2013

Suicidios cotidianos IV

–Porque es romántico –me defiendo. 
Pero llevas razón. No hay nada romántico en esta vela con forma de fruta que quema el aire entre las dos. Ni en esta cena que seguramente nos sentará mal. Ni tampoco, tienes razón, en este empeño mío de invitarte al restaurante donde celebramos nuestro primer aniversario. Seguramente lo nuestro sea ya pavesa y ceniza. Por eso me inclino sobre la mesa. 
–¿Qué haces? –preguntas desde el otro lado. 
Soplo la estúpida fruta de fuego y las mariposas del humo vuelan entre las dos. Sus alas emborronan nuestros rostros.

viernes, 5 de julio de 2013

Suicidios cotidianos III

La acróbata avanzó por la cuerda. De pronto, se quedó mirando la retícula del suelo bajo sus pies. El pavimento podría ser ese dibujo con el que de niña le hacía la autopsia a la realidad. O un galimatías como aquel con que esbozaba chicas en la adolescencia. Así era el vacío a 100 metros de altura, un espejo de los sueños. Nada le impedía abandonar la cuerda y abrazarlos. Nada en principio. Nada salvo el público, que aplaudía sin compasion ante el espectáculo de una vida en equilibrio.

jueves, 4 de julio de 2013

Suicidios cotidianos II

Su asesino no la apuñaló 37 veces con su cuchillo de caza. Tampoco disparó sobre su cuerpo cuando tuvo la oportunidad. Ni la degolló, ni la decapitó, ni la asfixió. Su asesino se limitó a sentarse a la mesa de la cocina frente a ella y abrir el periódico con indiferencia. Cenó en silencio y esa noche durmió a su lado como siempre, sabiendo que todo es cuestión de método y que no es necesario llegar al extremo de apretar un gatillo para convertirse en el asesino de alguien.

miércoles, 3 de julio de 2013

Suicidios cotidianos I

El perro se topó con la calzada donde menos la esperaba ya, en el cruce perfecto que formaban su deseo de no atravesarla y la necesidad de estar al otro lado. Fue ese debate y no el coche plateado a 150 kilómetros por hora el verdadero elemento mortal de aquel desenlace.