sábado, 18 de enero de 2014

La maravilla

La criatura llegó volando. Cuando divisó al niño con su mochila cargada de libros, agitó sus plumas de colores y planeó en círculos sobre él. El pequeño arrastraba los pies por la calle camino del colegio y no levantó la mirada. Fascinada, la bestia hizo una pirueta y se posó sobre la farola más próxima para examinarlo mejor. El niño sin embargo no le prestó atención y pasó por debajo como si nada. 
Ni siquiera cuando aquel ser desplegó sus alas y aulló música aterradora, el niño mostró el menor signo de interés. Se alejaba ya por la esquina, cuando la criatura, desesperada, se plantó frente a él con los ojos inyectados en sangre. 
-Es una pena que sólo seas un producto de mi imaginación -murmuró.
Ajeno a la maravilla, el niño continuó su camino.

miércoles, 15 de enero de 2014

Desconectados I

Iba a hacer algo importante, pero no recordaba qué. Comprobó su agenda en el móvil. Nada. Cerró el resto de aplicaciones. Nada. Antes, se detuvo en una de ellas y entró por si había alguna actualización. Nada. Entonces, levantó los ojos de la pantalla y vio que el resto de los ocupantes del vagón de metro miraban también sus dispositivos. 
Nada. ¿Qué era eso tan importante que tenía que hacer? Y desbloqueó de nuevo su terminal para comprobar si estaba en alguna de sus notas. Había listas ciertamente curiosas. Tendría que revisarlas más a menudo. Con lo despistada que era, mejor si a partir de ahora lo anotaba todo y se organizaba así. Empezando ya, ¿por qué no? Lo escribiría ahora, aunque no recordaba qué era eso que tenía que hacer. Activó el teclado y mientras los menús de opciones se sucedieron, el metro avanzó estación tras estación dejando atrás la parada en la que tenía la cita a la que no podía faltar. Al final del trayecto, pensó que, después de todo, no sería tan importante si se le había olvidado. Y regresó a casa.

martes, 7 de enero de 2014

Seguridad ciudadana

En la zona de espera unos rótulos cálidos y luminosos le indicaron que su casa estaba segura, su coche, su trabajo, su mujer. Y pensando en todo lo que tenía, el hombre se puso a la cola y aguardó su turno. 

Luego, las fuerzas del orden irrumpieron: 

 –¡Los del sector F, sepárense! 

El hombre no reaccionó. Sus pies se hicieron pesados como buques que se varan en el asfalto, hasta que uno de los uniformados lo golpeó con su arma.

–¡Venga, venga, venga! ¡Sector F! ¿Es que está sordo? 

El hombre marchó a trompicones y miró aturdido en derredor. Un sudor viscoso se apelmazó en sus sienes como si fuera plastilina, el sabor ferroso de la sangre le inundó la boca y pensó que era posible que nada estuviera seguro ya, ni su coche, ni su casa, ni su trabajo, ni su mujer. Pero aún no lo sabía. 

Los uniformados hicieron desfilar a todo el sector F –golpearon a algunos; a otros se los llevaron y no los devolvieron; alguien oyó disparos– hasta diezmarlos. Y al cabo de las horas, cuando nadie se resistió ni siquiera con la mirada, los soltaron gritándoles: 

 –¡No lo olvidéis! ¡Mañana también estaremos aquí! 

Paralizado, el hombre no reaccionó hasta que unos brazos lo empujaron con violencia. 

–¡Largo! ¡Largo de aquí! 

 Los soldados se rieron. Entonces, sí, el hombre recuperó la movilidad, suspiró aliviado y notó que sus pies se aligeraban. Corrió de regreso a la zona de espera donde un rótulo les indicaba que no tenían nada que temer, que sus casas, sus coches, sus trabajos o sus mujeres estaban seguros, y aguardó su turno. Cada día era la misma historia.