miércoles, 16 de julio de 2014

La mancha



Ella me baña. Hay música relajante de fondo. 
–Mi amor –me dice. 
Asomada al borde de la bañera ella me unta de espuma. Mis párpados se relajan, mi cuerpo se afloja con sus palabras y su contacto, me dejo hacer. 
–Levanta el brazo. 
Automáticamente mi brazo, justo el que ella quiere, obedece y se levanta. Siento la esponja recorrerlo con delicadeza. 
–Me encantas –murmura mi amor. 
Su tono de voz es bajo y se coordina con el chapoteo del agua. Me adormezco de felicidad. 
–El otro. 
Mi brazo izquierdo rompe la superficie del agua como un pez y entonces ella la ve. 
–¿Qué tienes ahí? 
Su voz se ha roto y a mí se me activan los sentidos en alarma. 
 –¿Dónde? 
Ella ya me ha tomado el brazo-pez por su cuenta y lo inspecciona. 
–Aquí, esto. 
En la panza de la extremidad hay un borrón de tinta negra con forma de ballena abisal. 
–Ah, no es más que una mancha –le quito importancia. 
Pero ya estoy incorporándome en la bañera. 
–¿Cómo ha podido suceder? 
No sé qué responderle. Ella ve mi desconcierto, toma una esponja de crin y le echa doble dosis de gel. Frota. Y frota. Y frota. Pero la mancha parece que se modifica, expande y multiplica su profundidad. Ella me mira con los ojos llorosos, incrédula. La ballena abisal de la mancha adquiere un volumen obsceno. 
–No sale, es mucho peor. 
Yo me siento del todo en la bañera. El cetáceo de tinta late en mi brazo descaradamente. 
–No puede ser. 
Ella frota un poco más. Yo le quito la esponja e insisto con todas mis fuerzas. Froto la panza del brazo repetidamente hasta enloquecer. Restriego, insisto y mi brazo enrojece. Mi amor me observa desde el borde la bañera y llora desconsolada. No quiere tener que dar el paso siguiente y llora. 
–Lo siento mucho –gime. 
–Es sólo una mancha de nada –le digo–. ¡Se puede arreglar! 
Pero no es una simple mancha, siento que se desplaza y adquiere autonomía. Y veo también a mi amor levantarse, acercarse al lavabo y coger la goma de borrar. Trata sin éxito de contener las lágrimas. Querría creerme, me doy cuenta, pero no puede. Mi amor se inclina sobre la bañera y me toma de la mano. 
–Quizás baste con el brazo –aún suplico. 
Ella no se detiene y yo no puedo resistirme. 
–¡No lo hagas! 
Me mira con dolor. Sus ojos son una piscina o bañera en la que yo, reflejada, me ahogo. Veo que no quiere hacerlo, que de verdad no lo desea. Pero lo hace, comienza a borrar. Elimina toda la tinta del antebrazo, el borde de mi hombro y mi cuello. Pierdo los pechos, las costillas, el vientre. Veo el hueco vacío en que me deja y me aterro. Lo hace poco a poco, meticulosa, recorriendo mi cuerpo con la misma displicencia con la que antes me untaba de espuma. 
–Eras tan hermosa –se lamenta entre lágrimas. 
Se esfuman mis muslos, la cadera, el pubis. Casi sin darme cuenta me arranca el volumen, me deja sin sombra, sin texturas ni contorno. Me desvanezco. 
–Podrías pintarme de nue... 
Y también la boca, me borra con la eficacia del dolor, por completo. Lo siguiente es que yo dejo de existir para siempre. La bañera se queda vacía y ella aún de pie en la habitación probablemente decide regresar al estudio para coger su lápiz: 
–Mi próxima obra será perfecta y verdadera.

domingo, 6 de julio de 2014

La liberación

Se abre la puerta del vagón y entra un orco rodeado de un rebaño de moscas. Todos los viajeros huyen y se apelmazan en el otro extremo del coche. Sólo un adolescente se queda sentado en el suelo. Mira absorto la pantalla de su móvil. El orco lo ve, saca su espada y le apunta con ella, pero el chaval no se mueve. Los pasajeros gritan aterrorizados. Alguien acciona la alarma y el metro queda detenido en la estación. 
El orco mira entonces a los viajeros a través del enjambre de moscas, pero los descarta enseguida. Es más interesante la cría de humanoide que aporrea la cajita negra en el suelo. El orco recorre su cuello con la punta de su espada. Antes del baño de sangre querría saborear su miedo. Pero la víctima ni siquiera parpadea. Por un momento el orco arruga el entrecejo y vacila. ¿Es que no se da cuenta de que va a morir? Es justo lo que el adolescente esperaba. 
–Ya te tengo. 
En la pantalla del móvil, un elfo acaba a traición con la vida del orco. Al mismo tiempo, las puertas del metro se desbloquean y el rebaño de moscas recién liberado busca un nuevo pasajero al que servir.