sábado, 29 de marzo de 2014

La visita

... De nuevo estoy en la oficina. Mi camisa está planchada impecablemente. Llevo pajarita y gemelos a juego. Firmo un documento y espero a que la tinta se seque. No hay clientes todavía así que sacó el abrecartas del cajón para despachar la correspondencia. 
De repente, un hombre surge de la nada, se sitúa frente a mí y palidece. Sin venir a cuento, empieza a gritar como un poseso señalándome con su dedo índice. Cómo lo odio. Pero aguanto. Finjo no verlo, no oírlo, no sentir su dedo índice apuntándome. Hasta que la situación se hace imposible. Entonces, hago lo de siempre. Me pongo en pie, rodeo el escritorio que nos separa, le bufo al oído y lo alejo a manotazos hacia la puerta. Funciona. 
Con la cara desencajada por el terror, el hombrecillo se desvanece en el aire, la oficina vuelve a la normalidad y yo recoloco la tinta y el papel secante que habían caído al suelo. También mi camisa, arrugada por los forcejeos. 
Es insano, me digo, ya no sé qué hacer. Después de esto, hoy tampoco entrará ningún cliente. Ninguno sobrelleva como yo estas visitas ocasionales de los vivos. 
Malhumorado, salgo a la puerta de la calle. Veo los carruajes pasar y mi espíritu va calmándose poco a poco. Entonces todo se oscurece y al abrir los ojos... De nuevo estoy en la oficina y mi camisa está planchada impecablemente.