lunes, 21 de septiembre de 2009

Pachi y su diente valiente

No es fácil ser un diente valiente, y menos un diente valiente de esos que resistían los helados o los pucheros al rojo vivo. Treinta años molientes que llevaba entre lengua y encía al frente del ejército, dando ánimo a las tropas en las noches inhóspitas en que hordas de gérmenes los asaltaban y nunca había sentido su ánimo flaquear. Sin embargo, las últimas semanas algo estaba perturbando su paz y la del todo el reino bucal. Una tribu de gérmenes malignísimos se habían apoderado de las regiones molares y se estaban haciendo fuertes en las almenas de la muela Vicenta. Su situación de poder era tal que la lucha descarnizada mantenía a todos en vela y algunas muelas comenzaban a hacer concesiones y confraternizar.
Por si eso no fuera poco para tener el nervio a flor de dentina, corría el rumor de que pronto habría una cita con un dentista. Y no se trataba de un destista cualquiera. No. Su nombre lo precedía. El Doctor Fundas era conocido por sus endodoncias, aparatos dentales y demás instrumentos de tortura; no había boca grande ni pequeña que se le resistiera. Por su consulta habían pasado los dientes más fieros y también los más salvajes y todos sin excepción habían bajado sus defensas ante él. Aunque el diente valiente tenía una reputación merecida de sano y limpio había que reconocer que se trataba de una reputación estrictamente local y que ahora se le abrían dos frentes distintos simultáneamente. Además, el diente valiente tenía clara una cosa.

–Vale que hay una revuelta de gérmenes inmanejable. Vale que nos han pillado por sorpresa la retaguardia y se nos han colado en una importante región molar, vale todo eso y más, pero jamás de los jamases necesitaremos la ayuda de un matasanos para acabar con esos batracios zarraspatrosos mequetrefes. Yo y mi ejército dentral nos bastamos y sobramos –murmuraba.

–Pareces preocupado, ¿qué te sucede? –le preguntaban los colmillos y los incisivos superiores.
–No hablas todo lo que sueles –le decía la pobre muela Vicenta desde sus corrompidos aposentos.
Sí, el diente valiente estaba extraño, retraído, meditabundo, arisco en general.
–Como si no tuviéramos suficiente con los gérmenes, pronto tendremos una visita del extranjero y me preocupa qué suceda –confesó veladamente en una de estas el diente.
Las paletas chasquearon con orgullo, hermosas en su balcón al mundo.
–No te preocupes. Si alguna vez viniera alguien, seríamos las primeras en verlo y avisaríamos a tiempo.

Mientras esto decían con aire distraído un gran tubo de plástico pasó al vuelo aterrizando entre lengua y molar primero.
–¿Qué es esto? -gritaron todos despavoridos.
Anacleto, el diente de leche más callado del mundo, testigo vivo del principio de los tiempos lo tuvo claro:
–Es el doctor Fundas, aún recuerdo sus métodos.

–Oh, no –dijo el diente valiente–, y yo sin una cobertura especial.
Del tubo ligeramente curvo comenzó a salir aire y como por arte de magia, las grándulas salivares comenzaron a salivar, los dientes a dentear y la lengua a lengüear. Un sabor como a naftalina pero que no era naftalina se expandió desde las regiones más lejanas de la campanilla hasta el frontal de los labios. Fue entonces cuando una aguja salida de no se sabe dónde se dirigió sin piedad hacia las raíces de la muela Vicenta. Al diente valiente le hubiera gustado tener la habilidad de desplazarse para poder defenderla pero sólo pudo apartar la vista mientras la aguja penetraba, Vicenta gritaba y Anacleto, el diente de leche, decía:
–No podemos hacer nada, en unos minutos caeremos fulminados por el sueño.
¿El sueño? Efectivamente, como si Anacleto fuera un oráculo, poco a poco el diente valiente notó que se relajaba; de repente nada parecía tan importante como su modorra, sus ganas de descansar y dejar que el mundo se resolviera solo, así que se dejó hacer, se abandonó al sueño y no siguió ninguno de los metódicos pasos del doctor Fundas.
Igual el resto. Parecía que una ola de paz mortífera se había desatado por toda la mandíbula izquierda de Pachi, el ser humano que hospedaba semejante ecosistema.
Tras un tiempo indefinido, ¿horas?, ¿días?, ¿semanas?, alguien despertó. ¿Anacleto? ¿Vicenta? ¿El diente valiente? ¿El segundo incisivo superior? Nada han recogido los anales sobre esto. El diente valiente, el que mejor masticaba, el que tenía acceso único a las muelas del juicio que aún no habían nacido, el jefe en suma de toda aquella boca, sí que mandó dejar consignado lo siguiente:
"Hace ya varios días que la muela Vicenta se siente mucho mejor. La tribu de gérmenes salvajes y desaforados ha sido erradicada por completo y el reino bucal está ahora en paz. Cada noche trabajamos con profesional empeño en erradicar los nuevos focos de bacterias y gracias a nuestras fuerzas y la del amigo cepillo de dientes lo conseguimos. Aunque considero que el doctor Fundas interfirió en mis responsabilidades, le estoy profundamente agradecido por su ayuda. El doctor Fundas, pese a sus métodos drásticos, es ahora un aliado y lo nombro <>".

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