jueves, 14 de febrero de 2013

Geometría aplicada

Cuando la tangente rozó el círculo de tiza de la pizarra, a Lola –bajita, regordeta y con gafas de culo de vaso– se le escapó un suspiro entrecortado. "La tangente es una recta que toca a la curva, nunca la corta", dictaba la profe de mates. Exactamente como ella con Pilar: podía mirarla e incluso hablarle, pero no formar parte de ninguno de sus subconjuntos vitales.
Lola suspiró de nuevo. Pilar, dos filas por delante, podría decirse, era a Lola lo que una integral a una derivada: atlética, guapísima y encima, enrollada, nada que ver con ella. Y quizás por eso, o porque la quinta hora de clase era la peor y aquello una buena distracción, Lola se quedó mirando con embelesamiento a su compañera unos segundos más de lo habitual. Fue suficiente.
–A Lola le mola Pilar –proclamó en la fila de atrás el bocazas de David.
Sorprendida, Lola apartó la mirada y se hundió en la silla tratando de ignorar el comentario. Tenía que haberse vuelto y haberle soltado cualquier barbaridad, eso hubiera sido lo aconsejable. En lugar de eso, trató de mimetizarse con el respaldo del asiento. Y David, que no sabía que había dado en el clavo, repitió: 
–¡A Lola le mola Pilar, a Lola le mola Pilar!
Lola apretó los ojos mientras el comentario se propagaba por las filas de detrás a gran velocidad. Con un poco de suerte, la onda expansiva de risitas y burlas se frenaría al llegar a la última fila, pensó. "Por favor que se detenga, por favor que se detenga o me muero".
–¡A Lola le va Pilar!
Pero eso era esperar demasiado, porque la última fila era el reino de los repetidores, y la onda rebotó y regresó amplificada:
–¡Lola quiere pedirle de salir a Pilar! ¡Se van a ir a un hotel a ñaca ñaca!
Para cuando el murmullo rebasó su fila, Lola ya no se veía más como la tangente de las curvas de Pilar, sino como un miserable segmento condenado en su existencia solitaria a alguna intersección fortuita con algún que otro segmento como ella, que en su adolescencia también se perdió el vértigo fractal de una pilar.
–¡Lola va a pedirle de salir a Pilar!
Aquello ya era oficial. La noticia superó la fila de pupitres de Pilar –Lola se estremeció ante esto– y siguió su camino hasta la mismísima pizarra. Allí, la profesora trató inútilmente de poner orden: 
–¿Se puede saber qué es lo que os pasa? ¿Hoy traemos las hormonas revolucionadas?
Hubo una risotada general y Lola vio la situación con claridad: si Pilar giraba ahora el cuello para mirarla, estaba perdida. Ya no sería ni un subconjunto, ni una tangente, ni un segmento. Si Pilar posaba sus ojos sobre ella, se vería reducida a un punto, lo más bajo en la representación gráfica de cualquier existencia. 
Efectivamente, Lola sintió el dolor anudarse en su garganta mientras sus temores se materializaban: el murmullo aumentaba y Pilar se giraba en su dirección. Iba a suceder, nada podía evitarlo ya. Y quizás por eso mismo, o porque la quinta hora se prestaba a todo tipo de reflexiones, se oyó admitir algo en lo que jamás había pensado seriamente:
–No pasa nada, sólo que me gusta Pilar. Me gusta y les parece divertido.
A esto siguió un silencio sepulcral. Pilar posó sus ojos en ella y el corazón de Lola se detuvo por un instante. No podía creérselo. Quizás su destino fuera diferente al imaginado, porque la mirada de Pilar no era de burla, rechazo ni nada del estilo. En realidad, sus ojos encerraban auténtico interés y curiosidad por la geometría.

1 comentario: