sábado, 15 de junio de 2013

Diario de un emigrante (3 de 5)


Era fundamental tomarse las píldoras para poder entrar en aquel país. Dos azules en el control de pasaportes, una blanca en la puerta de embarque y, a partir de ahí, una roja cada 20 minutos.
Y cómo olvidarlo. Cada nada infinidad de carteles se iluminaban en las calles y lugares públicos. “Dindondín. Píldora roja”, atronaba también la megafonía en el interior de los edificios. Entonces yo dejaba a un lado lo que estuviera haciendo y sacaba mi cajita de pastillas rojas. Y como yo, nadie sabía a ciencia cierta por qué las tomaba y tampoco nos atrevíamos a prescindir de ellas.
Supe que me había adaptado un día en que me vi aguardando con una paciencia calculada la señal del minuto 20. Así, quieto, como el resto de los ciudadanos con sus cajitas de pastillas abiertas y listas. Sólo importaba ese momento. El resto, qué más daba. Y entonces decidí emigrar a otro país. 

Nota: gracias a LP por ayudarme a publicar esto.

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