Llevar tacones era señal de clase en aquel país y
llevar zancos, sus hermanos mayores, el emblema superlativo de la distinción. Yo
llegué a estas tierras en zapatos planos y nunca conseguí integrarme. Me
descartaban de las entrevistas de trabajo. No daba la talla, decían.
“Ni unos
míseros centímetros de alzado”, se lamentaba una recruiter de dos metros y
medio. Entonces comprendí que la gente como yo, de zapato plano, cómodo y
funcional, no llegaba muy alto allí, y por tanto tampoco muy lejos. Y emigré a
otro país.
Nota: Gracias a L.P. por ayudarme a publicar esto.
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